Jocelyn Bell: 74 años rompiendo barreras en la ciencia

18 July, 2017

El pasado 15 de julio, la astrofísica Jocelyn Bell cumplió 74 años. Es mundialmente conocida por haber descubierto en 1967 los púlsares, estrellas muy pequeñas, pero muy pesadas que emiten una radiación muy rápida y periódica. Este hallazgo no estuvo exento de polémica ya que valió el premio Nobel de Física en 1974, aunque no a ella, sino a su tutor de tesis Antony Hewish y al astrónomo Martin Ryle. Su papel, como el de tantas otras mujeres en la ciencia, fue relegado a un segundo plano. Repasamos en esta entrada su extensa carrera dedicada a la astronomía y a romper barreras en la investigación.  

Jocelyn Bell (Belfast, Irlanda del Norte, 1943) cumplió 74 años el pasado 15 de julio. Aunque ya está jubilada, esta condición no ha conseguido apartarla del mundo científico y académico. En la actualidad, es profesora visitante en la Universidad de Oxford (Reino Unido) y también presidenta de la Real Sociedad de Edimburgo (Reino Unido).

Se podría afirmar que la vida de Bell ha estado ligada a la astrofísica desde antes de que ella supiera siquiera qué era. Su padre, arquitecto, trabajó, entre muchos otros proyectos que solapaba, en la restauración de los edificios del observatorio de Armagh, en el norte de Irlanda.  Él hizo que Bell empezara a leer sus primeros libros de astronomía, como los del británico Fred Hoyle. Esa fue la primera semilla de su amor por la ciencia que creció hasta convertirse en su vocación. Ella misma ha contado en numerosas ocasiones que decidió dedicarse a la física cuando empezó a estudiar ciencias en el instituto, con alrededor de 14 años. En 1965 se graduó en Física por la Universidad de Glasgow (Reino Unido).

Jocelyn Bell se dio a conocer mundialmente por haber descubierto la primera radio señal de un púlsar. Estas son estrellas muy pequeñas, de tan solo 10 o 20 kilómetros de diámetro, muy pesadas, debido a la gran cantidad de material que contienen.  Fue en el año 1967 cuando, casualmente, dio con ellas. Bell se encontraba inmersa en el tema de su tesis doctoral, que desarrollaba en la Universidad de Cambridge (Reino Unido): el estudio de los cuásares (astros muy luminosos que nacen al colisionar dos galaxias) a partir de un radiotelescopio que ella misma había diseñado y construido con la ayuda de su tutor de tesis, Antony Hewish, y otros investigadores.

Gracias a la gran resolución de este aparato, observó algo que emitía una radiación muy rápida y de manera periódica, un pulso por segundo, por lo que no podía ser un cuásar. En un primer momento se pensó que podría ser un little green man, un ser de otro planeta o galaxia, el que emitiera la señal, de hecho, el descubrimiento fue denominado de esta forma en un primer momento (LGM1). Sin embargo, la vida extraterrestre quedó descartada por completo al detectar el segundo púlsar en una zona diferente y lejana, y al cuarto localizado, Bell y su equipo decidieron publicar el descubrimiento.

Con tan solo 24 años, Bell había dado con el que se consideraría uno de los grandes descubrimientos de la astronomía. Su importancia se incrementaba además porque, al haber encontrado algo tan pesado, quedaba abierta la posibilidad de la existencia de los agujeros negros. El hallazgo valdría el premio Nobel de Física en 1974, pero no a ella, sino a Hewish, galardón que compartió con Martin Ryle. Fue la primera vez que el premio se entregaba a astrónomos. Las razones por las que la Academia suiza decidió apartar a Bell del premio aún no están claras. Según la propia científica, fue debido a su juventud y a que aún era una doctoranda.

 

A pesar de ello, Bell siempre ha confesado que, seguramente, su vida le ha ido mejor sin este reconocimiento, sobre todo, en el plano personal, ya que, según sus propias declaraciones, “su marido no habría soportado que ella lo superara profesional y económicamente”. De hecho, Bell siempre tuvo que anteponer su vida familiar a su trabajo debido a la presión social. Nada más doctorarse, se casó, tuvo a sus dos hijos, y esto la llevó a tener que dejar la primera línea de la investigación durante unos años en los que, sin embargo, no estuvo alejada de la astronomía; se mantenía informada, ofrecía conferencias y allá donde se trasladaba a vivir con su marido, buscaba trabajos que tuvieran relación con la astronomía. Bell consiguió volver a la investigación cuando terminó el matrimonio.

Jocelyn Bell no solo sufrió la discriminación machista en su vida conyugal y en el jurado del Nobel. Tras la publicación en la revista Nature de su descubrimiento, un año después del mismo, Bell despertó muchos intereses, en especial, entre los medios de comunicación. El tratamiento que le dieron muchos de estos medios a su trabajo y a ella misma le hizo sentirse como un “trozo de carne”, según sus propias palabras. Asimismo, la científica confesó que al entrar en la Universidad de Cambridge sufrió el llamado ‘síndrome de la impostora’, es decir, pensar que no eres lo suficientemente bueno o buena, que no estás a la altura del puesto que te han otorgado (en una equivocación de tus superiores, a los que has conseguido engañar de alguna manera). Es un trastorno que sufren con mayor frecuencia las mujeres ante la brecha de género en el mundo profesional y, en particular, en el científico.

Bell no ganó el Nobel, pero ha sido : Medalla Herschel de la Real Sociedad Británica de Astronomía en 1989, comandante de la Orden del Imperio Británico en 1999, miembro de la Royal Society de Londres desde 2003 y Royal Medal en 2015, Medalla de Oro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en 2015, entre otros. Desde el ICMAT nos sumamos a estos homenajes en forma de felicitación por su 74º cumpleaños.

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Laura Moreno Iraola es miembro de la Unidad de Comunicación y Divulgación del ICMAT 

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